Débora Arango

Acuarelista y pintora antioqueña (Medellín, 1910). Débora Arango Pérez estudió en el Colegio María Auxiliadora de Medellín, con las monjas salesianas; una de ellas, la madre María Rabaccia reconoció su talento artístico y la impulsó a ser pintora. Entonces, ingresó al Instituto de Bellas Artes de Medellín, que dirigía Eladio Vélez, pero se retiró dos años después por considerar su instrucción muy convencional, orientada hacia la adquisición de habilidades técnicas. Impresionada por los frescos de Pedro Nel Gómez en el Palacio Municipal, lo llamó para que la admitiera como discípula en su taller; allí se sintió más a gusto y se identificó con sus conceptos y su técnica más expresiva. Mostró su trabajo por primera vez en 1937, en una exposición colectiva, con sus condiscípulas en Medellín. En 1939 recibió el primer premio de la exposición organizada por la Sociedad Amigos del Arte en el Club Unión de Medellín; mostró nueve obras, óleos y acuarelas, entre ellos algunos desnudos que escandalizaron a la sociedad antioqueña: «Obras impúdicas que ni siquiera un hombre debía exhibir», «...dignos de figurar en la antesala de una casa de Venus». Débora Arango hizo su primera exposición individual por invitación de Jorge Eliécer Gaitán, entonces ministro de Educación, en el Teatro Colón de Bogotá, en 1940; simultáneamente, participó en el Primer Salón Anual de Artistas Colombianos. En estas muestras reafirmó su postura de artista rebelde y audaz y se evidenció su desarrollo posterior. Más tarde participó en algunas colectivas en Medellín y Cali, y, nuevamente, sus obras generaron el rechazo de la sociedad, hasta llegar a pedir su excomunión; la Iglesia le hizo firmar un llamado de atención y ordenó recoger una edición de la Revista Municipal de Medellín, porque cerca al saludo del arzobispo se reproducía un cuadro suyo. Débora Arango abordó temas sociales y políticos con una inusual crudeza. Son características sus representaciones de personajes sórdidos o marginales, que se alejaron siempre de lo estético. Sufridos obreros, prostitutas, maternidades grotescas, monjas caricaturares, que la artista retrata más allá de lo físico, incluyendo sus ansiedades reprimidas, su marginalidad social, la sátira y lo más descarnado de la cotidianidad profana: «Yo concibo el arte como una interpretación de la realidad y es esto lo que me posibilita el llegar, a través de él, a la verdad de las cosas: sacar a flote lo oculto, lo falso, lo que no se puede manifestar abiertamente».

En 1946 Débora Arango viajó a Estados Unidos y luego a México. Ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de México, dirigida por Federico Cantú. Aprendió la técnica del fresco y estudió la obra de los muralistas mexicanos. Regresó a Medellín en 1947. Hizo un mural en la Compañía de Empaques en Medellín propiedad de su cuñado, en el cual describió el cultivo de la cabuya. A finales de los cuarenta, hizo una serie de obras alusivas al 9 de abril y a la caída de Laureano Gómez. En 1954 viajó a Europa, en Madrid estudió las obras de Francisco de Goya y José Gutiérrez Solana; en Inglaterra estudió cerámica; también viajó a Escocia, París y Austria. Realizó una muestra individual en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, en 1955; en esa ocasión sus cuadros fueron descolgados, sin ninguna explicación, al día siguiente de la apertura: «Fue un golpe durísimo», ese hecho determinó su regreso a Colombia. Ese mismo año, expuso una serie de cerámicas en el Centro Colombo Americano de Medellín. Su pintura en los años cincuenta se llenó aún más de crítica sociopolítica sobre los abusos de la dictadura militar y el avance de la violencia en el país. En 1957 realizó su primera muestra individual de pinturas en Medellín, en un espacio de la Casa Mariana, invitada, a manera de desagravio, para conmemorar los veinte años de los jesuitas en la ciudad. En los primeros años sesenta, realizó una serie de pinturas para ilustrar el viacrucis de la capilla de la casa de retiros espirituales Betania, en Barranquilla. Alrededor de 1965 dejó de pintar «por motivos de salud>. Se aisló por completo del medio artístico y no volvió a exponer hasta 1975, cuando reunió alrededor de cien obras e hizo una exposición individual en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Su obra se reivindicó plenamente luego de su exposición retrospectiva de 1984, en la que mostró 205 obras entre acuarelas, óleos y cerámicas en el Museo de Arte Moderno de Medellín, institución a la que la artista donó un gran número de sus trabajos. La exposición se mostró posteriormente en la Biblioteca Luis Angel Arango de Bogotá. En 1984 recibió el premio Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia a las Artes y a las Letras, como reconocimiento tardío de sus aportes a la plástica colombiana [Ver tomo 6, Arte, pp. 123-124].



MARÍA CLARA MARTÍNEZ RIVERA



Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.

Su estilo: El Expresionismo

El Expresionismo como movimiento pictórico

El Expresionismo es una corriente pictórica que nace como movimiento a principios del siglo XX (1905-1925), principalmente en Alemania, aunque también aparece en otros países europeos, ligado al fauvismo francés como arte expresivo y emocional que se opone diametralmente al impresionismo. Tras finalizar la Primera Guerra Mundial, a esta corriente pictórica le siguieron otras tendencias como el constructivismo, la nueva objetividad, el informalismo y, más tarde, los denominados nuevos salvajes y el fotorrealismo.

Los elementos más característicos de las obras de arte expresionistas son el color, el dinamismo y el sentimiento. Lo fundamental para los pintores de principios de siglo no era reflejar el mundo de manera realista y fiel —justo al contrario que los impresionistas— sino, sobre todo, romper las formas. El objetivo primordial de los expresionistas era transmitir sus emociones y sentimientos más profundos. De hecho, en cualquier reproducción en blanco y negro de un cuadro expresionista se intuye esa energía y esa emotividad que subyacen a todas sus obras. Esta corriente artística estuvo abanderada por conocidos pintores como August Macke, Paul Klee o Franz Marc, quienes pertenecieron a distintas agrupaciones como Die Brücke (El Puente) o Der Blaue Reiter (El jinete azul) —fundada por Kandinsky y Marc—, gracias a las cuales fue posible la transición del expresionismo hacia la abstracción. Kandinsky fue quien dio nombre al grupo. Sus motivos favoritos eran los caballos y su color predilecto era el azul.

Algunas Obras
















Su aporte a la cultura colombiana

http://www.colarte.com/recuentos/A/ArangoDebora/critica.htm

Mujeres en el arte

La primera fue Débora Arango con la virulencia escarnecedora de sus colores lívidos y la amarga tensión con que sus líneas negras denunciaban prejuicios ancestrales. Monjas y prostitutas, una Primera Dama convertida en gallina y un Presidente en sapo voraz. Con razón las jerarquías conservadoras vetaron sus muestras y esta mujer antioqueña fue obligada a guardar silencio durante muchos años. Pero el canto de su obra no quedó enjaulado. Nos puso delante de los ojos un país violento, donde las mujeres eran relegadas y la represión, con armas o con excomuniones, intentaba cercar en vano una libertad que el expresionismo crítico de su obra recobraba, para bien de todos.

Juan Gustavo Cobo Borda - Camandula
Tomado de la Revista Fucsia No. 11, julio de 2001

Débora Arango: una vida para el arte

por Santiago Londoño Velez

A los 95 años de edad, sentada en su mecedora plácida, la pintora Débora Arango dice con picardía y lucidez características, que ahora cumple años todos los días. Su longevidad no es debida a una buena salud. De niña, un severo paludismo hizo que el médico que la trataba en Medellín, comentara entre dientes que tal vez ella no se iba a criar. Una temporada campestre, paseos a caballo, baños con leche tibia de vaca y el amoroso cuidado de padres y familiares, ayudaron a que se repusiera y pudiera ingresar al colegio de María Auxiliadora. Allí, bajo la tutela de la hermana italiana María Rabaccia se encontró con la pintura, la verdadera pócima que la ha sostenido viva y mirando sin cesar durante casi un siglo.

Aguda, delicada y lúcida, con una fortaleza interior que su cuerpo limitado y cargado de días y noches no refleja, es dueña de una calma sabia, corrida en la observación de las cosas de los humanos y las maravillas de la naturaleza, y en el trato incesante con su Dios. Con un encanto femenino intacto y una cortesía que nunca ha confundido con la falsedad al uso, dice, con cierto orgullo que ya tiene armado todo el rompecabezas de su vida..

Reina en el interior de Casablanca, la residencia familiar en Envigado, construida en un año sin precisar de la década de 1870. De estilo vagamente republicano, los muros encalados resplandecen bajo el sol de media tarde contra un cielo azul sin manchas. Por momentos parece un santuario, que inexplicablemente todavía no ingresa a los bienes patrimoniales protegidos por la nación, a pesar de que cada detalle de la vivienda -sean zócalos, patios, mobiliario, ropa de cama, murales o jardines -, es, como dicen las señoras que la han visitado, una "verdadera obra de arte".

Débora Arango cambió de manera radical la forma de representar el cuerpo femenino en el arte colombiano, lo que equivale a decir que introdujo la verdad en la pintura, oponiéndose intuitivamente a la idealizaciones académicas derivadas del romanticismo decimonónico. Esas mujeres desnudas que miran directamente al espectador y se muestran en carne viva sin cumplir con las convenciones del decoro, fueron motivo de un escándalo ya legendario, que a las nuevas generaciones puede resultar incomprensible.

El tremendo susto que experimentaron muchos parroquianos con aquellas inesperadas imágenes, terminó convertido en un enfrentamiento entre conservadores y . liberales en los periódicos y en el Congreso. Todo comenzó en 1937 cuando Débora participó en la "Exposición de Artistas Profesionales" celebrada en el exclusivo Club Unión de Medellín, junto a prestigiosos maestros locales. Pocas semanas antes había comenzado la Segunda Guerra Mundial, mientras que para ella se iniciaba la lucha callada de toda una vida. En dos frases de una declaración periodística ya muy conocida, condensó su innovadora posición: "El arte no es amoral ni inmoral. Sencillamente su órbita no interviene ningún postulado ético".

A Debora se le deben también las imágenes más poderosas y conmovedoras de la situación social y política del país al promediar el sigló XX. En ella se puede leer el testimonio de las secuelas de pobreza, dolor, mal trato y marginamiento o que iba dejando una acelerado proceso de industrialización, que modernizó la base económica mientras las mentalidades floraban estancadas. También se puede seguir, en un extraordinario conjunto de óleos y acuarelas, los hechos políticos y las manifestaciones de violencia que asolaron al país de manera indeleble tales como la caída del régimen conservador, el asesinato de Gaitán, las manifestaciones populares, la vinculación del poder económico con el militar y la salida de Rojas Pinilla.

En lo que fue la sala de fumar de Casablanca, íntima, alargada y con cerrojo, hay un gran muro donde cuelga una amplia colección de condecoraciones de distinto tamaño, color e importancia. Se trata de galardones, aceptados por la artista con diplomática paciencia, que muestran el afán tardío pero justo, con que politicos, gobernantes, academias, periódicos, gremios e instituciones de toda índole, buscaron reparar el ostracismo social y la virulencia con que fue recibida su obra en el pasado.

La sala guarda también algunos de los libros que Débora literalmente devoró: novelas, viejos números de Selecciones, la vida de Isadora Duncan, recostada contra una cerámica precolombina que le obsequió uno de sus pocos amigos de juventud. La tarde cae y en el tejado ronronea uno de los gatos vagabundos y sin nombre que su hermana Elvira alimenta con ternura maternal, leche y arroz. Poco a poco la penumbra se instala y a ella se suman, una vez más, las sombras de los recuerdos de tantos días felices que tuvieron como escenario estos espacios blancos llenos de color. El sofá estilo imperio está protegido con un plástico de los estragos de un murciélago que vive allí, a pesar de la penca sábila colgada y de un alambre de púas enredado en el tragaluz. El oscuro dueño acaba de llegar y reclama impetuoso su salón a los intrusos: ciego y pertinaz, aletea con fragor porque sólo admite en sus dominios la buena compañía de cintasistoriadas medallas de alcurnia, que ahora parecen disolverse en el agua cansada de una vida vivida a la luz de la pintura.

Tomado del periódico El Espectador, mayo 11 de 2003