Su aporte a la cultura colombiana

http://www.colarte.com/recuentos/A/ArangoDebora/critica.htm

Mujeres en el arte

La primera fue Débora Arango con la virulencia escarnecedora de sus colores lívidos y la amarga tensión con que sus líneas negras denunciaban prejuicios ancestrales. Monjas y prostitutas, una Primera Dama convertida en gallina y un Presidente en sapo voraz. Con razón las jerarquías conservadoras vetaron sus muestras y esta mujer antioqueña fue obligada a guardar silencio durante muchos años. Pero el canto de su obra no quedó enjaulado. Nos puso delante de los ojos un país violento, donde las mujeres eran relegadas y la represión, con armas o con excomuniones, intentaba cercar en vano una libertad que el expresionismo crítico de su obra recobraba, para bien de todos.

Juan Gustavo Cobo Borda - Camandula
Tomado de la Revista Fucsia No. 11, julio de 2001

Débora Arango: una vida para el arte

por Santiago Londoño Velez

A los 95 años de edad, sentada en su mecedora plácida, la pintora Débora Arango dice con picardía y lucidez características, que ahora cumple años todos los días. Su longevidad no es debida a una buena salud. De niña, un severo paludismo hizo que el médico que la trataba en Medellín, comentara entre dientes que tal vez ella no se iba a criar. Una temporada campestre, paseos a caballo, baños con leche tibia de vaca y el amoroso cuidado de padres y familiares, ayudaron a que se repusiera y pudiera ingresar al colegio de María Auxiliadora. Allí, bajo la tutela de la hermana italiana María Rabaccia se encontró con la pintura, la verdadera pócima que la ha sostenido viva y mirando sin cesar durante casi un siglo.

Aguda, delicada y lúcida, con una fortaleza interior que su cuerpo limitado y cargado de días y noches no refleja, es dueña de una calma sabia, corrida en la observación de las cosas de los humanos y las maravillas de la naturaleza, y en el trato incesante con su Dios. Con un encanto femenino intacto y una cortesía que nunca ha confundido con la falsedad al uso, dice, con cierto orgullo que ya tiene armado todo el rompecabezas de su vida..

Reina en el interior de Casablanca, la residencia familiar en Envigado, construida en un año sin precisar de la década de 1870. De estilo vagamente republicano, los muros encalados resplandecen bajo el sol de media tarde contra un cielo azul sin manchas. Por momentos parece un santuario, que inexplicablemente todavía no ingresa a los bienes patrimoniales protegidos por la nación, a pesar de que cada detalle de la vivienda -sean zócalos, patios, mobiliario, ropa de cama, murales o jardines -, es, como dicen las señoras que la han visitado, una "verdadera obra de arte".

Débora Arango cambió de manera radical la forma de representar el cuerpo femenino en el arte colombiano, lo que equivale a decir que introdujo la verdad en la pintura, oponiéndose intuitivamente a la idealizaciones académicas derivadas del romanticismo decimonónico. Esas mujeres desnudas que miran directamente al espectador y se muestran en carne viva sin cumplir con las convenciones del decoro, fueron motivo de un escándalo ya legendario, que a las nuevas generaciones puede resultar incomprensible.

El tremendo susto que experimentaron muchos parroquianos con aquellas inesperadas imágenes, terminó convertido en un enfrentamiento entre conservadores y . liberales en los periódicos y en el Congreso. Todo comenzó en 1937 cuando Débora participó en la "Exposición de Artistas Profesionales" celebrada en el exclusivo Club Unión de Medellín, junto a prestigiosos maestros locales. Pocas semanas antes había comenzado la Segunda Guerra Mundial, mientras que para ella se iniciaba la lucha callada de toda una vida. En dos frases de una declaración periodística ya muy conocida, condensó su innovadora posición: "El arte no es amoral ni inmoral. Sencillamente su órbita no interviene ningún postulado ético".

A Debora se le deben también las imágenes más poderosas y conmovedoras de la situación social y política del país al promediar el sigló XX. En ella se puede leer el testimonio de las secuelas de pobreza, dolor, mal trato y marginamiento o que iba dejando una acelerado proceso de industrialización, que modernizó la base económica mientras las mentalidades floraban estancadas. También se puede seguir, en un extraordinario conjunto de óleos y acuarelas, los hechos políticos y las manifestaciones de violencia que asolaron al país de manera indeleble tales como la caída del régimen conservador, el asesinato de Gaitán, las manifestaciones populares, la vinculación del poder económico con el militar y la salida de Rojas Pinilla.

En lo que fue la sala de fumar de Casablanca, íntima, alargada y con cerrojo, hay un gran muro donde cuelga una amplia colección de condecoraciones de distinto tamaño, color e importancia. Se trata de galardones, aceptados por la artista con diplomática paciencia, que muestran el afán tardío pero justo, con que politicos, gobernantes, academias, periódicos, gremios e instituciones de toda índole, buscaron reparar el ostracismo social y la virulencia con que fue recibida su obra en el pasado.

La sala guarda también algunos de los libros que Débora literalmente devoró: novelas, viejos números de Selecciones, la vida de Isadora Duncan, recostada contra una cerámica precolombina que le obsequió uno de sus pocos amigos de juventud. La tarde cae y en el tejado ronronea uno de los gatos vagabundos y sin nombre que su hermana Elvira alimenta con ternura maternal, leche y arroz. Poco a poco la penumbra se instala y a ella se suman, una vez más, las sombras de los recuerdos de tantos días felices que tuvieron como escenario estos espacios blancos llenos de color. El sofá estilo imperio está protegido con un plástico de los estragos de un murciélago que vive allí, a pesar de la penca sábila colgada y de un alambre de púas enredado en el tragaluz. El oscuro dueño acaba de llegar y reclama impetuoso su salón a los intrusos: ciego y pertinaz, aletea con fragor porque sólo admite en sus dominios la buena compañía de cintasistoriadas medallas de alcurnia, que ahora parecen disolverse en el agua cansada de una vida vivida a la luz de la pintura.

Tomado del periódico El Espectador, mayo 11 de 2003

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